23 junio, 2022

Prólogo al libro EL OFICIO DEL CINE, de Adolfo Aristarain. Ediciones GES, 2022

 

PRÓLOGO al libro EL OFICIO DEL CINE, de Adolfo Aristarain.  Ediciones GES, 2022.


Renueva en nosotros el sentido de la alegría”.

(de “Oraciones de Vailima”, R.L. Stevenson)


El cine es el resquicio de de la buena gente, la rendija, el opio del agnóstico”. Así lo escribió Manolo Marinero. Y en el cine, como en un túnel, vamos al pasado, al presente o al futuro. Sin limitaciones.


Cierro los ojos. Intento concentrarme, encontrar esa rendija. Viajo en el tiempo a la antigua casa de Mario Camus en Ruiloba, cerca de Santander. En su despacho hay cientos de libros y una preciosa maqueta del barco Spray de Joshua Slocum. Mientras yo observo aquel lugar mágico, Mario va haciendo pilas de guiones; finalmente encuentra el guión de “Al norte de Marrakesh”, escrito por Aristarain y él. “Adolfo escribe divinamente”, me dice. Sujeta el guión como si fuera un timón, satisfecho, y me dice que para él, el cine de Adolfo es el cine de un nuevo humanismo. También recuerda el placer, la alegría de la llamada de teléfono de su amigo para trabajar en la escritura de “Roma”, de nuevo ambos junto a Kathy Saavedra.


Necesitamos a los Maestros. Para mí lo han sido Adolfo Aristarain y Mario Camus. También Manolo Marinero. Es una enseñanza atrapante. Pero en este libro vamos más allá, escapamos un poco del cine y nos fijamos en la lectura (“un placer que no te puedes perder”, le dice Martín a su hijo Hache) y en la escritura. Es el territorio del guión, de la Palabra. Y la escritura es esencial para Adolfo Aristarain. Así lo dijo Federico Luppi: “Tiene sentido porque él lo escribe... … La escritura es su andadura, su gatillo, su catapulta y su conflicto”.


Es imposible explicar la alegría de encontrar un verdadero Maestro. En mi camino he encontrado profesores aburguesados, enriquecidos, incluso catedráticos grotescos que desprecian y humillan al alumno. No los miran a la cara. Les dan la espalda. A algunos incluso les gusta ver a los alumnos aplastados. Es un daño terrible para esos jóvenes. Afortunadamente hay otros profesores, alguien como Fernando Robles en “Lugares comunes”, cuando enseña a los futuros maestros que no deben adoctrinar: “(…) despierten en sus alumnos el dolor de la lucidez. Sin límites. Sin piedad”.


La edición original de los guiones de Adolfo Aristarain en Ocho y Medio, publicaba “Martin (Hache)”, “Lugares comunes” y “Roma”. La edición de Grupo Editorial Sur, casi veinte años después, tiene el aliciente de la publicación añadida de “Al norte de Marrakesh”, esa historia épica de legionarios en la frontera. La leí de un tirón, hace casi quince años, en una pequeña casa rural cerca del refugio de Mario Camus. Acabé entusiasmado. Ahí estaba la película, en la mente del lector. Y ahí sigue, como los otros tres guiones, buscando a los nuevos lectores que disfrutarán de ella.


La desaparición de Mario no es tal. Este libro le sirve de homenaje. En este libro la alegría del trabajo con su viejo amigo Adolfo está presente, le hace presente.

Para Adolfo y Mario. 

Sergio Casado – Enero 2022




19 abril, 2018

Regalar libros. (capítulo completo)


Regalar libros




 "Todo lo tocante a los libros es mágico" 
(Blaise Cendrars, Trotamundear )




En noviembre de 2008 recibo una carta de Eusebio Poncela. Le pedí por teléfono que escribiera a mano algo sobre Adolfo. Un recuerdo, un momento de rodaje, algo personal sobre el director argentino. Vuelvo a abrir el sobre y la releo: “Adolfo es un amigo. Si nuestra amistad ha sobrevivido al caos de Pepe Carvalho, a las duras exigencias de Martín H, a los vaivenes de nuestras propias vidas, a los distintos hemisferios y teniendo en cuenta que Aristarain y yo somos ya chicos grandes, casi aseguraría que ésta es una amistad para toda la vida. Que así sea.”

Pensar en la carta de Eusebio me ha recordado un instante de su interpretación de Pepe Carvalho. Es una secuencia en la que aparece el detective regalando una novela de Conrad a su hija. Inimaginable en versión de Montalbán. Ese instante de ese capítulo representa lo que es el cine de Adolfo, su representación de la amistad y de los afectos. Luego pienso en Roma, en el momento en que aparece Alicia (Marina Glezer) regalando un libro a Joaco (Juan Diego Botto). Es “Vidas imaginarias”, de Schwob. La recreación de la lectura se repite, se repite, se repite. Regalar libros es invitar a pensar.

Quiero escribir sobre esto. Entonces recuerdo una frase de Marina Glezer: “Adolfo Aristarain hace actuar hasta a las plantas”. Le he pedido pequeños recuerdos sobre su trabajo con Adolfo. La madre de Marina era asistente de dirección en los 70 hasta que los militares cierran la escuela de cine de Argentina y los militares persiguen a sus padres y se tienen que exiliar a Brasil. Es brasileña pero hija de exiliados argentinos. Eran intelectuales argentinos: “Cuando volvimos, Bruno (Aristarain) y yo compartíamos el mismo pediatra.” Marina Glezer, de la misma edad que el hijo de Adolfo, leyó el guión de Roma y se enamoró del personaje de Alicia. Con su trabajo como actriz puede reivindicar la lucha de sus padres o la de Adolfo Aristarain, en esa Argentina siniestra que tuvieron que sufrir cuando los militares toman el poder y eliminan a todos los que no piensan como ellos. A esa gente no se le puede hablar de leer libros, son de los que no los soportan, ni soportan a los que leen o buscan leer.

De algún modo la lectura nos salva. A Slocum, en su camarote cuando se presenta la tempestad o el mal tiempo. Si me quedo parado en lo que escribo o las cosas se ponen mal, es tan sencillo como coger un libro, hay miles que están pidiendo que te los regales a ti mismo o a otros.

Estoy con Marina Glezer y hablamos de Aristarain, Camus, Desanzo... de las dificultades que hay para levantar una película. Sus veleros lo tienen difícil en tiempos del cine hecho para centros comerciales. Glezer fue Alicia en Roma y me cuenta como ve a cineastas como Aristarain: “Tienen unas brújulas impresionantes. Yo lo único que hice fue ponerme a sacar el agua, con la escoba, como mande capitán...” Y pienso en una conversación telefónica cuando me cuenta ella como ve su cine: “Es una persona que cuida mucho los personajes, es un cine de autor, narrativo, literario. Nunca es un cine anecdótico. La calidad narrativa es excepcional. Siento que usa datos autobiográficos con un punto intelectual con el que coincido, más realista. Lo que hace es abrir ventanas por las que lanza una invitación a la literatura”.

Estoy preparando un texto titulado “Regalar libros”. Hay libros por todas partes, en lo que estos veteranos han leído, pensado adaptar al cine o efectivamente adaptado y rodado. Ahí surge la esencia de cineastas lectores. El propio Aristarain se ha referido a sí mismo como una “rata de biblioteca” y lee cómics como Ben Bolt: “Me cambiaron la visión del héroe invencible por gente con rasgos humanos, defectos, pero con sentido del honor, de la lealtad y la amistad. Creo que Oesterheld, junto con London y Stevenson, nos dieron el placer de la aventura vivida por gente que sentíamos podíamos ser nosotros, los lectores, metidos en esas situaciones. Es curioso que esos valores morales o sociales sigan vigentes en lo que uno siente o piensa”.

Alguien que lee y comprende será más difícil de manipular. Mal asunto cuando aparecen los que te dicen que no leas, o que ellos no leen y les va muy bien. Estoy hablando con Mario de Fortunata y Jacinta y reflexiona sobre esto:

La gente piensa que leer a Galdós es un signo de los ricos. ¡Qué no! Que eso de leer es una cosa que puede hacer usted y además hay bibliotecas. Y en las bibliotecas municipales hay de todo. Y dicen: ¡Eso es para los que no tienen nada que hacer! Hay un tipo de burgués medio raro, esos tíos atravesados, siempre cabreados que no leen ni dejan leer. Y lo que hacen es mandar al hijo a estudiar inglés y que vuelva y se meta a trabajar en un banco...”
Y te intentan desanimar para que no leas... Eso es lo que más me fastidia.”
No es motivo de charla. Fíjate que podría haber charlas como en Inglaterra. Fíjate en la diferencia que pueda haber con Argentina. Este tipo de cultura, de curiosidad, está satisfecha. Los obreros habían leído a Borges, no a todo Borges, pero lo habían leído. Y no te digo tipos como Adolfo, con una cultura libresca impresionante. Las librerías de la calle Lavalle, que las citan en Roma... y los libros no estaban en estanterías como aquí. Estaban en mesas, en grandes espacios en mesas. Había cientos, miles de libros. Eso era impresionante. Que sea efímero, que lo cultiven, eso ya es otra cosa. Pero cualquier actor argentino... puedes estar hablando con él de literatura más tiempo...”

Nos interrumpe Lucas, uno de los perros de Mario. Pienso en la mañana que Carlos y yo, desorientados con el GPS, llegamos a la casa de Mario. Y mientras le explicaba mi aventura escribiendo sobre Aristarain, todavía confuso y sorprendido ante el lugar que nunca has visto, ante los libros que hay por todas partes, me fijo en el que tiene en su mesa, que supongo estaba leyendo en aquel momento. Y se me va la cabeza a otro recuerdo.

Cuando saco el tema de los libros, Pepe Sacristán sonríe y recuerda con placer el significado de Roma, de la efervescencia de Buenos Aires y la formación de Adolfo. Comparte ese entusiasmo por Hemingway o Stevenson, el cariñoso recuerdo a Dumas en sus dos películas juntos. Entonces compara ese Buenos Aires con el Madrid culturalmente siniestro, triste y vulgar de la dictadura franquista: “Hemos ido formándonos como hemos podido, leyendo... Yo conozco muy bien Argentina y hay un cosmopolitismo latente, muy evidente, que influye en la personalidad. Hay una referencia al cine de género. Se me ocurre que Adolfo es argentino y lo que ocurre en una ciudad como Buenos Aires. Mientras aquí pasaban otras cosas”.

Adolfo Aristarain podía no tener dinero en sus bolsillos, pero el lector lee: “La adolescencia fue una búsqueda caótica de literatura, sin más guía que las recomendaciones de amigos, o libros de viejo comprados al azar que te gustaban y buscabas más del mismo autor o de los autores que el tipo nombraba como sus pares. Yo vivía en las librerías de viejo de Corrientes y como no tenía guita compraba por intuición o por algo que te atraía en las solapas o hojeando libros desconocidos y que en un párrafo podías darte cuenta del estilo, de la ideología y si podía interesarte o no. Leía de todo, bueno y malo, pero todo sirvió. Leía también en inglés, lo cual ampliaba el panorama y trataba de rehuir las traducciones”.

En 1977 las cosas están difíciles pero es curioso lo activos que están en los mismos años Camus y Aristarain, a miles de kilómetros el uno del otro. A ninguno de los dos les hace mucha gracia coger aviones. Menos a Camus, que hace años que no coge uno, pero sí que cogió uno para visitar a su amigo Adolfo. Él había estado en el festival de Karlovy Vary, en zona comunista, y venía de hacer Los días del pasado, con Marisol y Antonio Gades. En Buenos Aires se fue con su amigo Adolfo al boxeo y a ver en la filmoteca la ópera prima del argentino, La parte del león. En la hora de la despedida, listos para el ritual del Jack Daniel´s de despedida, a Camus casi no le dejan salir del país. Era una Argentina muy siniestra.

Pero Aristarain supo escapar de la censura, también con sus películas Tiempo de revancha y Últimos días de la víctima. Triunfa definitivamente, se asienta como director a la vez que su amigo Camus está en su mejor momento creativo, con series de televisión y con películas como La colmena.

Son ya muchos años”, dice en un momento determinado Mario Camus, sentado en su butacón. Me repite que todo lo de Adolfo lo tiene metido en la cabeza: “Tienes que estudiar bien sus películas, las últimas. Y Tiempo de revancha”. Le gusta el cine de su amigo, y cuando una película no le ha gustado tanto también se lo dice. Habla de “Benito Cereno”, la novela de Melville, que Aristarain pensó adaptar, o más específicamente de “Azar” de Conrad: “Esas novelas decimonónicas son muy difíciles”. Un libro, un autor, sugieren recuerdos, se acuerda de Aldecoa: “Ignacio era muy conradiano”. Me habla de cuanto le gusta a él la literatura de Patrick O´Brien y luego, con Carlos, bajamos a la cocina. También está repleta de libros. Busca la literatura policíaca y saca varios libros de David Goodis, que Adolfo le regaló: “Éstos le gustaban mucho... y este de Horace McCoy”.

Uno no puede dejar de detenerse en más y más libros. Le pregunto a Adolfo por autores, por libros: “Con Mario compartimos a Conrad, Stevenson, Baroja, Hammett, Chandler, etc. A la gente que lee no le puedes preguntar por preferidos o por libros en particular. No clasificamos ni elegimos los supuestamente mejores. La obra de cada uno es una suma de sus cualidades y todos te van formando”. Me dice que las conexiones literarias son muy vagas, muy extensas y no se centran en una novela o un escritor.

Y a la mínima hablamos de Baroja. En una carta le cuento que ando tras “Los amores tardíos”, una novela que Mario pensó adaptar. Es una espina clavada para Mario, no haber podido hacer una adaptación de esa u otra novela o cuento del escritor vasco. Mario enlaza una cosa con otra, me habla de la estructura de “El gran torbellino del mundo”, de la misma trilogía, de un modo narrativo que luego Hemingway también usó. Se entusiasma hablando de libros, de la correspondencia de Hemingway y Scott Fitzgerald. Si saco a relucir “La venta de Mirambel”, hablando de Aragón, me sugiere alguna reflexión de Julio Caro Baroja en “Conversaciones en Itzea”. Un libro siempre lleva a otro. Y entonces cita a Ortega y Gasset definiendo a don Pío: “Novelistas hay muchos, pero sensibilidad trascendente sólo Baroja”. Busca un fragmento de sus memorias, nos lo lee; lo tiene subrayado: “Hay muchas cosas de él que no me gusta perder”.

Aquí en mi bitácora tengo unas líneas de Adolfo: “Ya que estás con Baroja y si no lo has leído, te recomiendo sus memorias, dos tomos muy gordos llamados Desde la última vuelta del camino. Maravillosos”. En otro correo anterior también vuelve a aparecer otro sueño de Adolfo: “De Baroja me gustaría hacer para Televisión Española Memorias de un hombre de acción, pero creo que el presupuesto es prohibitivo”.

Don Pío deslumbra. Cuando efectivamente leí sus memorias, esos tomos tan gordos, mi entusiasmo era absoluto. Escribí esto: “Baroja es como un faro en estos tiempos oscuros. Su sencillez y su naturalidad afrontando la vida, su lucidez, decir las cosas como son, lo que piensa, invita siempre a leerlo y releerlo.” La síntesis de Adolfo ante mi descubrimiento fue rápida: “Baroja nunca defrauda.”

Los sueños y los proyectos que se quedaron en el camino son innumerables. A cada instante te encuentras con alguno. Mario cuenta que resulta difícil presentar un guión a un productor, con una historia de Chejov, cuando ni siquiera sabe quien es el tal Chejov. Hay que explicarle quien es y luego cual es la historia a alguien que seguramente no le interesa nada Chejov ni ningún otro escritor. Es difícil luchar con monigotes, mercaderes y depredadores del cine. Los hay, como en el resto de oficios.

Mientras tanto, a leer. A regalar libros y abrir ventanas y comunicarse. El día que Carlos y yo conocemos a Mario, tiene en su mesa “Recuerdos de Gustav Mahler”, de Alma Mahler. Semanas después observo que allí están listos “Novela al azar” de Petros Markaris o “El chino” de Henrik Mankell. Hay libros en la mesa, hay notas, en todas partes. Es la guarida del lector. Es inabarcable, imposible de explicar la fascinación de estos tipos por los libros, por sacarles la esencia, subrayar, retener tal o cual cosa, investigar. Pura curiosidad y entusiasmo sano por su oficio. A la fuerza tienen que ser amigos. Cerca de los libros de David Goodis que Adolfo le regaló, el Spray. El viaje continúa, la búsqueda de otro libro para regalar.



("Regalar libros", capítulo completo de "Adolfo Aristarain. Un nuevo humanismo.    Sergio Casado, 2011)

*Fotografías: (1) Adolfo Aristarain en el rodaje de Martín (Hache)   (2) Los libros de David Goodis de Adolfo Aristarain, guardados por Mario Camus. 








22 mayo, 2014

Adolfo Aristarain: Signos de un gran cineasta

Fragmento del capítulo "Signos de un gran cineasta", del libro "ADOLFO ARISTARAIN. Un nuevo humanismo".


(...) Este retrato de Aristarain es caótico. Pero así ha surgido. ¿Cómo arrancar? Con la foto de Alfonso, con las pistas que siento me llevan a alguna parte. Entonces, pensando en otro punto de partida, releo el correo que Adolfo me envió cuando le pregunté por su apellido, por los Aristarain : “El libro Los vascos en Argentina editado por la fundación Juan de Garay en el 2000 dice: Significado del apellido: Robledal (otros dicen con más justeza Cumbre de robles)”.

Adolfo continúa escribiendo lo siguiente sobre sus ancestros: “La familia es originaria de Juslapeña, un pueblo, ahora sólo valle, cercano a Pamplona. Martín Aristarain, hijo de Francisco y Josefa Gracia Iorosteguy y su mujer Josefa Antonia Zubillaga, hija de Juan José y Magdalena Macassara llegaron a Montevideo hacia 1860. Allí o en Tacuarembó nació mi abuelo José Francisco Aristarain en 1866 y pasó más tarde a Curuzú Cuatiá, provincia de Corrientes. Se casó con Francisca Di Toro (italiana). Se vinieron a Buenos Aires y tuvieron 11 hijos, entre ellos mi padre. Había más hermanos de Martín en Juslapeña que se fueron a Donostia. En las veces que fui a Donostia hice averiguaciones y no apareció ningún pariente. Sé que algunos fueron a Estados Unidos. No conocí a ninguno de mis abuelos (ni paternos ni maternos). Lo único que conservo de mi abuelo es un programa del teatro San Fructuoso de Tacuarembó, Uruguay, del sábado 26 de febrero de 1898 en el que anuncian que se escuchará una sinfonía al piano por el profesor Sr. Aristarain y luego se lo anuncia acompañando con otras sinfonías dos obras de teatro. Sabemos que luego se ganaba la vida acompañando al piano películas mudas. Ahí tienes mi vena artística y cinematográfica. Hay un árbol genealógico hecho en Donostia que encargó alguna vez mi padre pero es muy extenso y tiene el dibujo del escudo en oro verde y oro. Quien tenía mucha información era un primo hermano mío, Miguel Ángel, que ya murió y los papeles que juntaba quien sabe dónde están.”

¿Y la rama materna? Adolfo lo resume así: “Mis abuelos maternos eran italianos del sur, de los Abruzzos: Domingo Tamburri y Maria Patricia Carfagna y tuvieron a Roma y a mi tío Ateo Bruno Argentino. Mi abuelo era librepensador (o anarquista) y trabajaba como inspector de cereales. Se instalaron en un pueblo de la provincia y sacó un periódico llamado Prometeo. Murió joven y según suponen, aunque no hubo pruebas, lo envenenaron entre los curas y el médico.”

La foto de Alfonso Reyes y los ancestros. Son dos pistas. Sigo echando un vistazo a mi cuaderno blanco y encuentro algo. Pienso en la amistad de dos tipos que comparten un mismo oficio, el del cine: Son Adolfo Aristarain y Mario Camus.

Leo lo que he escrito: “La historia de Adolfo Aristarain, de sus viejos amigos que son parte de ella, es una gran aventura, la de un cineasta. Buscando la esencia, recuerdo de nuevo un instante en la conversación con Mario Camus... La historia de Roma, la ficción de la película de 2004, es un poco la de Aristarain, a veces.. Pero la ficción la escribieron juntos Adolfo, Mario y Kathy Saavedra.”

Entonces releo lo que Mario Camus me dijo sobre el origen de ese trabajo: “... Cuando él me llamó yo le pregunté de que iba esa historia. Cuéntame de que va esa historia y yo te digo si entro o no entro porque para no ayudarte no entro. Yo lo conté en un texto que escribí para el festival de San Sebastián pero él lo suprimió porque no lo había metido en la película. Cuando él me llamó me dijo: Voy a contar la historia de un niño al que su madre lleva al cine cuando tiene ocho años. Le sienta en la butaca, le deja un bocadillo y le dice: “Luego te vengo a buscar”. Y yo le dije: Estás hablando de Roma. Y dice: Sí, sí, estoy hablando de mi madre. Pues eso yo lo hice en el guión, pero luego lo quitó. Está bien. Él sabe muy bien... él sabe hacer en el guión el ritmo de la película. Eso es muy complicado para un cineasta.”

Un cineasta trabaja con materiales de lo cotidiano, de lo que nos pasa y es difícil explicar. Pero lo grandioso es que el cine se convierte en un terreno donde es posible manejar esto, donde es posible recrear la realidad. Mario Camus escribió y sintetizó sobre esos intérpretes, el logro de actores y actrices que nos llevan al milagro cinematográfico: “Más que apariencia de verdad, parece la verdad misma”.

Además de este recuerdo de una infancia en la que el cine representa un momento mágico, de la foto de Alfonso, del texto de Adolfo sobre sus ancestros, tenía una expresión de Mario sobre lo que representa el cine de Adolfo. Esa expresión no ha dejado de revolotear en mi cabeza: “Un nuevo humanismo”. Es una manera de definir de modo conciso la manera de hacer, de contar, de este director argentino.

Vuelve el recuerdo de la conversación con Mario, la reflexión sobre el cine de Adolfo:

- El asunto está en que uno ha vivido durante cerca de cincuenta años sin patrón. Hace falta cierta inconsciencia o valor... meterte en ese mundo de hacer películas... era un mundo cerrado para nosotros. Pero nunca haré algo que sea contra mi... yo he vivido como un gitano... Y Adolfo no tenía nada. Iba cogiendo ladrillos. Cogió un apartamento y con los ladrillos iba haciendo su librería. Y ahí tenía sus treinta, cuarenta o cien libros.
- La maravilla, para mí, es ese encuentro vuestro. Visto desde fuera, ¿qué pinta un tipo de Cantabria con un argentino? Luego ves lo que os une y estáis el uno al lado del otro.
- En definitiva, a pesar de la edad, nos nutríamos de los mismos autores. Él tenía ese componente que es fascinante pero yo no lo entiendo muy bien y que es el jazz.

Entonces leo esa cita que apunté cuando Adolfo habla del cine: “Lo más parecido que encontré de una definición del cine es que tiene mucho que ver con el jazz. Es decir, como ritmo, como forma musical, el hecho de que tenga swing, que tenga suspenso, que no sólo se resuelva una idea, que se resuelva esa idea pero modificada. Todo eso tiene mucho que ver. Bill Evans, en la portada de Kind of blue, un LP que hizo con Miles Davis, comparaba el jazz con una forma de pintura que hay en China. Se hace sobre un papel húmedo muy débil y en el cual los trazos son únicos. No se puede corregir porque se rompe el papel. Entonces el pintor está improvisando, y tiene que saber muy de antemano lo que quiere decir. Creo que esto funciona muy bien para el cine así como para el jazz. Puedes hacer varias tomas en cine o en jazz, pero llega un punto en que se acabó la grabación y eso quedó.”

- Tiene razón. ¿Has leído la autobiografía de Davis?
- Sí, sí. Bueno, leí la edición anterior. Creo que ahora la han reeditado en Alba.
- Adolfo tiene razón. Pero lo que pasa es que estamos siempre dentro del misterio. El jazz es el misterio. ¿Por dónde va a salir éste? No sabes por donde va a salir. Siempre sale (porque si no, no se hablaría de él), siempre sale con algo armónico con lo anterior, siempre sale no con otra historia sino con la misma historia afinada, reproducida, repetida. Son las variaciones sobre un tema... Las historias pequeñas, los diálogos pequeños que aparentemente no tienen ninguna funcionalidad sí la tienen en el desarrollo total de la película.

Dejo de escribir sobre el teclado del viejo ordenador portátil y me distraigo por un momento con el recorte del Heraldo, con la foto de Alfonso Reyes. Leo una reflexión de Adolfo: “Mi idea es que la narración te enganche como si fuera una buena novela. Estás exigiendo concentración y mucha complicidad por parte del espectador. Lo que hago es pedirle que se convierta en un tipo pensante que va construyendo cosas que yo le doy juntas, pero no masticadas.”


Era una reflexión a propósito de la película Roma. En mi mesa hay también un ejemplar del libro de Adolfo que contiene los guiones de Martín (Hache), Lugares comunes y Roma. Algunas páginas están manchadas por una copa de vino que derramé encima. El libro tiene una carta dentro y páginas marcadas. Leo lo que dice un párrafo concreto, escrito por Adolfo Aristarain. Ese texto me recuerda a ese cine con espíritu de jazz: “Cada plano, cada ángulo de cámara, cada inflexión de voz, cada gesto, cada mirada, cada silencio: absolutamente todo, cada elección formal o argumental en una película refleja sin piedad lo que es el director como persona.” (...)

24 noviembre, 2013

"The adventurers... ... "

Fragmento del capítulo "Pensión Rojo, 1968", del libro ADOLFO ARISTARAIN. UN NUEVO HUMANISMO.    Sergio Casado, Ediciones JC 2011.



"Viajé con otro ayudante de dirección, Roberto Cirla, italiano radicado en Madrid con el que trabajamos en The adventurers. Creo que fue en el 69, en un momento en que paró la producción americana para rever los costos que se estaban disparando. Teníamos dinero ahorrado y otro dinero que nos debían y nos pagarían en un mes por giro a donde estuviéramos. Teníamos un presupuesto de un dólar por día cada uno. Viajamos con mochila y una carpa y haciendo dedo o trenes que eran muy baratos. Arrancamos por Tánger y de allí por las montañas del Riff hasta Argelia y luego Túnez. Queríamos pasar a Libia y Egipto pero en Libia nos metimos en la franja que era tierra de nadie (había asumido Kadaffi) y dormimos una o dos noches en el cuartel de la policía. Al salir de Túnez la visa ya no servía para volver a entrar y en Libia no nos dejaban seguir. Por fin retrocedimos pero a Egipto no se podía ir en barco, sólo en avión. El plan de bajar hasta el nacimiento del Nilo se frustró. Decidimos subir a Grecia y Turquía y de allí ir en tren hasta la India. Eran treinta días de viaje y también pensamos que desde la costa oriental de la India podíamos embarcarnos y llegar hasta Buenos Aires. En Turquía esperábamos el dinero que nos debían y nos dimos el lujo de alojarnos en una pensión. A los pocos días supimos que Turquía no tenía relaciones comerciales con España y que nunca nos llegaría el giro. Debíamos quince días de hotel. Las últimas pesetas nos alcanzaron para sacar dos billetes en el Orient Express y llegar a Venecia. Y allí esperar el giro. Fuimos sacando nuestras cosas del hotel debajo de los abrigos y guardándolas en una taquilla de la estación. Sin decir que nos íbamos, no sacamos fotos sin película con los dueños del hotel y nunca más los vimos. Compramos queso Provolone y pan y eso comimos los tres días que duró el viaje en tren. Llegamos a Venecia y pensando que ya estaba el dinero nos fuimos a un hotel que no daba desayuno. Craso error. Otros tres días tardó el giro y sólo masticábamos una bolita de chicle y mucha agua. Pedimos ayuda en el consulado argentino y ni pelota. Les avisamos que los iban a llamar de algún restaurante para decirles que dos tipos habían comido hasta reventar pero no tenían para pagar. Fuimos al cuartel de policía para ver si ellos nos prestaban unas liras, pero se nos reían en la cara. Les dijimos que cuando los llamaran de algún restaurante supieran que éramos nosotros. Pasamos por el correo y había llegado el giro. El hambre no nos dio tiempo: compramos lasaña en una rotisería, vino y whiskey y nos inflamos. Por supuesto vomitamos todo. De ahí por fin a Barcelona y Madrid, ya que nos había salido otro trabajo"

09 abril, 2013

Aristarain Gigante. // a propósito de la retrospectiva a Adolfo Aristarain, BAFICI 2013.




Aristarain Gigante.




PEDRO GARCIA: ¡Nosotros, miserables desahuciados, gente echada a la basura,
escoria pura, vamos a luchar y a crecer, hasta que lleguemos a tocar la luz... Seremos gigantes...!

(del guión cinematográfico de La bandera, de Adolfo Aristarain y Mario Camus)



No es imposible lograrlo. Hay una opción para rebelarse contra la riada que nos lleva en la vida a vivir acorde a una manera de pensar impuesta, sea buena o mala. No la juzgamos. Observamos esa rebeldía y esa necesidad de armarse a uno mismo, como si se fuera un autodidacta del cine, de la vida, porque el Cine también es la Vida, una manera de ganársela, sin jefes, con libertad. Un joven de veintitrés o veinticuatro años puede apasionarse por un oficio como el cine, y estar dispuesto a poner cafés o enseñar inglés al actor de turno, hablar el idioma que haga falta para estar en un rodaje, para respirar el cine tal cual se hace. Enseñar inglés fue un tatuaje para Adolfo Aristarain, para alistarse, intentar aprender y estar dispuesto a embarcarse, con una maleta en la que apenas había un puñado de libros y muy poco dinero. Se trataba de estar dispuesto a vivir como una rata. Se trataba de conocer a otros aventureros de un oficio de gitanos, sin red, sin seguridades, sin nóminas fijas y luego volver de la aventura listo para seguir peleando. El camino no sería fácil.

Cuenta Mario Camus que cuando Adolfo Aristarain llegó a España no tenía nada. Vivía de piso en piso, en una mudanza continua en la que había un puñado de libros (siempre London, Stevenson, Baroja o Conrad muy cerca) y sobre todo un grupo de amigos que vivían también en el alambre de la juventud y de ese oficio que se iba haciendo. He ahí el propio Camus, Manolo Marinero, Sancho Gracia, Pepe Sacristán, Manolo Velasco, Hans Burmann y otros valientes legionarios o marineros que hoy viven retirados, cada uno en su puerto correspondiente, o ya desaparecidos en la tempestad de la vejez y la muerte. Y el temible olvido.

Pero hace muchos años, estuvieron un rato juntos, un instante, y aprendieron unos de otros, se enseñaron unos a otros, se prestaron y regalaron libros, se alimentaron de la pasión cinéfila y lectora y en aquella España oscura y mediocre de los años sesenta crearon una tripulación que estaba dispuesta a madrugar para salir a pescar sus merluzas, las que tenían que llevarse luego a la boca. Tripulación o mejor grupo que estaba dispuesto a cuidar unos de otros, siendo cada día un poco menos ignorantes, para dar un sentido a la vida, para triunfar en la vida, en cierto modo. Siguen juntos, aunque algunos hayan desaparecido, reuniéndose en los episodios de “Los camioneros”, en el cine de Camus, en el de Aristarain, en las obras teatrales levantadas por Sancho Gracia o Pepe Sacristán, en lo que han escrito, en lo que han leído, en lo que han transmitido a otros cinéfilos o lectores. Y a partir de ahí, de esa dignidad de busca de “siempre mejorar”, pero también dignidad de extender la mano al que lo necesita, para ayudarlo, para formarlo, crearon una camaradería, como si se tratara de legionarios arrojados a un mundo hostil, contra el que se rebelaron. Ese mundo hostil, como el de los legionarios de “La bandera” de Pierre Mac Orlan, sólo es combatido desde el grupo unido. Difícilmente desde el individuo, siempre más fácil de acogotar y destruir. Los amigos se cuidan entre sí.

Pero es posible vivir así, es posible levantar una película con amigos que se unen para financiar un proyecto porque se apasionan por él, como en el caso de Aristarain con “La parte del león” o con la cooperativa de “Un lugar en el mundo”, en la que la ficción está tan tan cercana a la realidad, siendo quizá la realidad misma. La rata Aristarain ya era otra cosa, dotada de una fuerza interior, del espíritu de lucha de un boxeador mejicano en un retrato de Jack London. Es una manera de combatir un sistema que pretende atar a todos en una manera de pensar única, para que el individuo no se rebele y no cuestione ese sistema.

Y así el joven jugador de baloncesto, Camus, o el traductor Aristarain, leyendo, leyendo, leyendo, bebiendo, bebiendo, bebiendo (entre amigos) y trabajando, trabajando, trabajando, dejaron de ser desahuciados para convertirse en gigantes. Y los gigantes hicieron muchas películas algunas buenas y otras digamos que no tanto, pero se hicieron gigantes a sí mismos, independientes, libres, dispuestos a decir las cosas como las piensan (a unos les gustará y a otros no les gustará lo que tienen que decir). Antes que a todos ellos les lleve la nave del olvido, antes que desaparezcan en su fortín, y también cuando lo hagan, las películas, los guiones, las interpretaciones de aquellos actores y cineastas, seguirán ahí, en viejas películas en 35 milímetros, en DVD o VHS arrinconados, en festivales u homenajes armados por los que les admiran, dispuestos a susurrarles sus secretos, los secretos que enseñan como dejaron de ser ratas para convertirse en gigantes.

CAPITÁN WELLER: Sargento...
SARGENTO: Dígame, mi capitán...
CAPITÁN WELLER: Si sale con vida de esto, hágase cargo de mis papeles... Hay una historia sin final, pero me gusta creer que se puede salvar...
SARGENTO: Lo haré, mi capitán...
(del guión cinematográfico de La bandera, de Adolfo Aristarain y Mario Camus)


Sergio Casado, Abril 2013.

El BAFICI arranca el 10 de abril de 2013 con una retrospectiva que homenajea el cine de Adolfo Aristarain.
(fotografía: Rodaje de "Un lugar en el mundo", gentileza de José Sacristán)

11 diciembre, 2012

Regalar libros


Fragmento del capítulo "Regalar libros", del libro "ADOLFO ARISTARAIN. Un nuevo humanismo".


"... ...  Estoy preparando un texto titulado “Regalar libros”. Hay libros por todas partes, en lo que estos veteranos han leído, pensado adaptar al cine o efectivamente adaptado y rodado. Ahí surge la esencia de cineastas lectores. El propio Aristarain se ha referido a sí mismo como una “rata de biblioteca” y lee cómics como Ben Bolt: “Me cambiaron la visión del héroe invencible por gente con rasgos humanos, defectos, pero con sentido del honor, de la lealtad y la amistad. Creo que Oesterheld, junto con London y Stevenson, nos dieron el placer de la aventura vivida por gente que sentíamos podíamos ser nosotros, los lectores, metidos en esas situaciones. Es curioso que esos valores morales o sociales sigan vigentes en lo que uno siente o piensa”.

Alguien que lee y comprende será más difícil de manipular. Mal asunto cuando aparecen los que te dicen que no leas, o que ellos no leen y les va muy bien. Estoy hablando con Mario de Fortunata y Jacinta y reflexiona sobre esto:

La gente piensa que leer a Galdós es un signo de los ricos. ¡Qué no! Que eso de leer es una cosa que puede hacer usted y además hay bibliotecas. Y en las bibliotecas municipales hay de todo. Y dicen: ¡Eso es para los que no tienen nada que hacer! Hay un tipo de burgués medio raro, esos tíos atravesados, siempre cabreados que no leen ni dejan leer. Y lo que hacen es mandar al hijo a estudiar inglés y que vuelva y se meta a trabajar en un banco...”
Y te intentan desanimar para que no leas... Eso es lo que más me fastidia.”
No es motivo de charla. Fíjate que podría haber charlas como en Inglaterra. Fíjate en la diferencia que pueda haber con Argentina. Este tipo de cultura, de curiosidad, está satisfecha. Los obreros habían leído a Borges, no a todo Borges, pero lo habían leído. Y no te digo tipos como Adolfo, con una cultura libresca impresionante. Las librerías de la calle Lavalle, que las citan en Roma... y los libros no estaban en estanterías como aquí. Estaban en mesas, en grandes espacios en mesas. Había cientos, miles de libros. Eso era impresionante. Que sea efímero, que lo cultiven, eso ya es otra cosa. Pero cualquier actor argentino... puedes estar hablando con él de literatura más tiempo...”

Nos interrumpe Lucas, uno de los perros de Mario. Pienso en la mañana que Carlos y yo, desorientados con el GPS, llegamos a la casa de Mario. Y mientras le explicaba mi aventura escribiendo sobre Aristarain, todavía confuso y sorprendido ante el lugar que nunca has visto, ante los libros que hay por todas partes, me fijo en el que tiene en su mesa, que supongo estaba leyendo en aquel momento. Y se me va la cabeza a otro recuerdo.

Cuando saco el tema de los libros, Pepe Sacristán sonríe y recuerda con placer el significado de Roma, de la efervescencia de Buenos Aires y la formación de Adolfo. Comparte ese entusiasmo por Hemingway o Stevenson, el cariñoso recuerdo a Dumas en sus dos películas juntos. Entonces compara ese Buenos Aires con el Madrid culturalmente siniestro, triste y vulgar de la dictadura franquista: “Hemos ido formándonos como hemos podido, leyendo... Yo conozco muy bien Argentina y hay un cosmopolitismo latente, muy evidente, que influye en la personalidad. Hay una referencia al cine de género. Se me ocurre que Adolfo es argentino y lo que ocurre en una ciudad como Buenos Aires. Mientras aquí pasaban otras cosas”.    ... ..."

20 noviembre, 2012

DANTE: No hagas caso de lo que dicen: hablan bien porque se retiró a tiempo.  Si no, lo hubieran destrozado.

HACHE: En ningún lado dice por qué dejó de dirigir...

DANTE: Nunca habla de eso.  Supongo que la presión le ganó a la pasión.  No es fácil soportar a sesenta cabrones que están permanentemente encima de ti, esperando que les digas qué hacer, esperando que seas brillante o que te equivoques o que no se te ocurra nada, para adorarte o hacerte pedazos, les da igual... Y luego están los productores... Es muy duro.

... ... ...

(del guión cinematográfico "Martín (Hache)", Adolfo Aristarain y Kathy Saavedra)